Maestros del cuento. PANELES DE ESCRITORES: EL MEJOR CUENTO DEL MUNDO
Dedicamos esta entrada a los mejores autores del cuento para seguir homenajeando a vuestros autores preferidos, a los escritores del género que mejores momentos os hayan regalado.
LUNA DE PAPEL: Seminarios sobre novela, poesía y cuento. Talleres de escritura creativa en Valencia. Cursos sobre creatividad y literatura: http://talleresliterariosvalencia.com
Entre los grandes maestros del cuento, buscamos a aquel que más te haya emocionado, al cuentista que (a tu parecer) haya escrito el mejor cuento del mundo. Tienes infinitas posibilidades: Julio Cortázar, Horacio Quiroga, Rodolfo Walsh, Bioy Casares, John Cheever, Marguerite Yourcenar, Edgard Allan Poe, Francis Scott Fitgerald, Elena Poniatowska, Tim O´Brien, Richard Ford, Ray Bradbury, Jorge Luis Borges y tantos otros…
No buscamos un estilo ni un subgénero temático específico, tan sólo al cuentista y el cuento que una vez provocaron en ti la más honda reflexión, el mayor placer estético, la huella emocional más imborrable…
Para participar sólo tienes que seguir estos sencillos pasos:
Maestros del cuento. Instrucciones para participar en las actividades complementarias del panel de escritores M3: «El mejor cuento del mundo»:
1-Sitúate al final de este PANEL M23 y desplázate hacia abajo buscando el último comentario.
2- Inserta en el espacio en blanco reservado para tu comentario el nombre de tu escritor de cuentos preferido y el título del cuento concreto que te robó el alma. A continuación, dale al botón publicar.
3-Comparte la cadena de escritura M23 con otros amantes del cuento para que se sumen a nuestra búsqueda.
Todos los amantes del cuento estáis invitados a formar parte también de nuestro club de lectura y escritura, desde donde seguiremos homenajeando a los grandes autores del género:
Valencia Club de lectura y escritura -Libros de Papel
Maestros del cuento. La intrusa, de Pedro Orgambide. Actividades complementarias de la clave JE-24:
Ella tuvo la culpa, señor Juez. Hasta entonces, hasta el día que llegó, nadie se quejó de mi conducta. Puedo decirlo con la frente bien alta. Yo era el primero en llegar a la oficina y el último en irme. Mi escritorio era el más limpio de todos. Jamás me olvidé de cubrir la máquina de calcular, por ejemplo, o de planchar con mis propias manos el papel carbónico.
El año pasado, sin ir muy lejos, recibí una medalla del mismo gerente. En cuanto a ésa, me pareció sospechosa desde el primer momento. Vino con tantas ínfulas a la oficina. Además ¡qué exageración! recibirla con un discurso, como si fuera una princesa. Yo seguí trabajando como si nada pasara. Los otros se deshacían en elogios. Alguno deslumbrado, se atrevía a rozarla con la mano. ¿Cree usted que yo me inmuté por eso, Señor Juez? No. Tengo mis principios y no los voy a cambiar de un día para el otro. Pero hay cosas que colman la medida. La intrusa, poco a poco, me fue invadiendo. Comencé a perder el apetito. Mi mujer me compró un tónico, pero sin resultado. ¡Si hasta se me caía el pelo, señor, y soñaba con ella! Todo lo soporté, todo. Menos lo de ayer. «González – me dijo el Gerente – lamento decirle que la empresa ha decidido prescindir de sus servicios». Veinte años, Señor Juez, veinte años tirados a la basura. Supe que ella fue con la alcahuetería. Y yo, que nunca dije una mala palabra, la insulté. Sí, confieso que la insulté, señor Juez, y que le pegué con todas mis fuerzas. Fui yo quien le dio con el fierro. Le gritaba y estaba como loco. Ella tuvo la culpa. Arruinó mi carrera, la vida de un hombre honrado, señor. Me perdí por una extranjera, por una miserable computadora, por un pedazo de lata, como quien dice.
La intrusa, de Pedro Orgambide
«La leyenda de luna llena» Michael Ende
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‘El mar’, uno de los más hermosos cuentos que leí del gran Eduardo Galeano. Es pequeño y contiene toda la grandeza de autor sensible a la ternura infantil.
‘El mar’
Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
-¡Ayúdame a mirar!
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