TALLERES PRESENCIALES DE ESCRITURA CREATIVA EN VALENCIA: http://auroraluna.wordpress.com/about/
Estas cosas pasan. A veces se nos escapan las palabras, se ponen a hacer cabriolas, se inventan su nombre o se disfrazan. En nuestro club de lectura y escritura en Valencia hemos atrapado una, y ahora no sabemos qué hacer con ella. Bueno, eso no es del todo correcto: en realidad el mal radica en que se nos ocurren demasiadas cosas al pensar en su pequeño espíritu.
Ese es el problema, nuestro principal quebradero de cabeza viene de un exceso de imaginación, y necesitamos que tú lo hagas más grande, que lo multipliques…
Aquí tienes la palabra que nos hemos encontrado:
RETROPENDORCHO
Y aquí las instrucciones para llevar a cabo a este juego que acabará complicándolo todo:
INSTRUCCIONES:
http://talleresliterariosvalencia.com/instrucciones-para-afrontar-un-desafio-lunar/
Literatura y vida, otros tributos a la imaginación. Las «cabriolas» de Ramón Gómez de la Serna:
[Temas relacionados: escritura, sueños, imaginación]
La memoria no se muere en nosotros gracias a las cosas que no nos devuelve y de las que se alimenta contando con nuestro olvido.
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Prefiero las máquinas de escribir usadas, porque ya tienen experiencia y ortografía.
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Premio para el escritor: un calamar de oro
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La última bomba del alfabeto atómico -la bomba zeta- abrirá un agujero en el cielo y ese agujero ya no se cerrará nunca.
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El etc., etc., etc., es la trenza de lo escrito.
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En las cajas de lápices guardan sus sueños los niños.
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RETROPENDORCHO
Hoy me he topado accidentalmente con la palabra retropendorcho. Este sinuoso vocablo, de recovecos intransitables y difícil de farfullar al primer intento, admite numerosas y sugerentes definiciones. Al iniciar su lectura, si mantenemos la serenidad en todo momento, el prefijo “retro” nos impulsa a mirar atrás, al pasado, sin que una vez allí el recuerdo consiga aportar indicio alguno sobre su significado. Sin embargo, si se lee de una vez, de un tirón, con los pulmones repletos de aire, la imaginación abandona al instante su letargo y se presenta ante nosotros dispuesta a iluminarnos. La palabra retropendorcho bien podría aludir a una dolencia del espíritu, quizá una patología del ánimo un tanto rebuscada, casi impronunciable, pero no por ello difícil de diagnosticar y tratar. Algo similar a un sarpullido del alma caracterizado por una gran desazón, cuyo origen se encuentra en la contemplación encadenada, sin las debidas precauciones, de un número no determinado de telediarios. Bastan tan solo tres consecutivos para desencadenar la enfermedad. A fuerza de persistir en esta nociva costumbre, de reiterarla hasta la tortura, de inmediato se adquiere una visión apocalíptica del mundo y de la vida. Descorazonados ante la inminente perspectiva sucumbimos sin remisión, llegando incluso a desentendernos de nosotros mismos. Pronto nos subyuga la idea de abandonarlo todo, de lanzarnos en picado y con los ojos entornados al placer inmediato o instantáneo. Cualquier cosa puede servir para exprimir el instante infinitesimal mientras aguardamos impacientes el fin del mundo. Sentimos cómo el final se aproxima, cómo nos acecha silenciosamente agazapado a la vuelta de cualquier esquina. El propósito de este comportamiento impulsivo se perfila con absoluta claridad: que el Apocalipsis nos sorprenda al menos bailando y riendo, y quien sabe si ejercitándonos en otras variantes del placer carnal y espiritual que nos permitan elevar a lo más alto el goce de los sentidos. Persistimos en nuestro error y creemos en vano que con esta actitud conseguiremos atenuar el estruendo de la catástrofe y sus irreversibles consecuencias.
A su vez, el término retropendorcho, en una segunda acepción, hace referencia a un misterioso animal terrestre cuya especie se ha extinguido recientemente tras verse apeada de la cadena alimenticia por la negligencia humana. Un espécimen antropomorfo y cuadrúpedo en cuyo descubrimiento intervino de modo decisivo la casualidad. Un ser irracional descubierto al final de su existencia y que jamás será incorporado a las enciclopedias de ciencias naturales para mostrarnos de ese modo el mundo animal en todo su esplendor.
La tercera acepción del término retropendorcho adolece de una perspectiva científica, y nos lleva a considerarlo como un elemento químico de la tabla periódica. Una sustancia amorfa de textura impracticable que pugna con el estroncio por ocupar un hueco dentro de los metales alcalinotérreos. Si bien, con los tiempos que corren, por carecer de la oportuna recomendación ha de conformarse con instalarse al final de la lista, en el último casillero y pasar así prácticamente desapercibido, sin despertar el debido interés, sin pena ni gloria, postergado entre los bostezos apáticos de la comunidad científica y la desidia de los científicos estudiosos del tema.
Si pretendemos dotar de actualidad al vocablo retropendorcho, resultaría perfectamente identificable con el político que ha perdido su honestidad, como si ello pudiera causar sorpresa alguna hoy en día, y además no fuera una premisa inicial de su condición. Es más, al aludir a la persona pública consagrada a la política, si tratamos de afinar y nos esforzamos en precisar al completo la palabra objeto de nuestro análisis, observamos cómo se descompone en tres partes perfectamente identificables: “retro”, “pendor” y “cho”. El primero de los fragmentos, es decir “retro”, nos obliga a retrotraer nuestra dignidad. Exactamente un número todavía no determinado de años, sin llegar de momento a la esclavitud, pero sin perderla de vista tampoco. Esta visión retrospectiva permite contemplar cómo la dignidad del ser humano se desvanece ante la mirada impasible de la Historia y la preponderancia aplastante de la ineptitud, la codicia y la egolatría humanas, además de la idolatría del dinero. Es un adelanto de lo que nos espera. La nueva fisonomía del futuro va perfilando una vez más el rostro amargo de la injusticia. El segundo pedazo, el subtérmino “pendor”, no es más que un burdo eufemismo, una insinuación a voces que difícilmente pasa desapercibida, una forma tosca e inoperante de camuflar la palabra pendón y sus connotaciones negativas. Pero, ya se sabe: a buen entendedor… El tercer y último fragmento lingüístico resultante de la división de retropendorcho, es decir, la sílaba “cho”, no es otra cosa que un verbo apocopado, hábilmente capado y más difícil de identificar a primera vista. En concreto se trata del verbo chotear o chotearse, y contribuye a dar unidad y coherencia a la palabra completa. El pendón en cuestión se chotea de sus víctimas, es decir, de la mayoría de nosotros, a la vez que nos despoja de nuestra dignidad y nuestro dinero, cuidándose convenientemente de preservar e incrementar el suyo.
Fuera ya de la política, afortunadamente, una quinta acepción del término retropendorcho permite abrir nuevos horizontes a su significado. Una postura ejemplar y moralizante nos lleva a discernir claramente un término despectivo que tiende a exagerar los vicios, excesos, disipaciones y desvaríos de un individuo descarriado. Nos encontramos ante una persona de mal vivir, de moral relajada, de vida crapulosa, que atenta contra las buenas costumbres y los usos socialmente admitidos, y cuyos orígenes indecorosos se remontan a una edad temprana difícil de precisar. Se trata de alguien que se revuelca en el lodazal del pecado sin inmutarse ni mediar arrepentimiento. Un ser abominable que sin duda deberá limpiar sus pecados en la otra vida, y cuyo fatídico final no pasará inadvertido a los ojos del Altísimo que le observa minuciosamente sin perderlo jamás de vista. En cualquier caso, dicho lo dicho hasta ahora, sigo pensando que la palabra retropendorcho admite otras muchas más definiciones que podrían acometerse con algo más de tiempo por delante y algo menos de indignación por detrás.
L.G.G.
17/09/2012
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