En suma, el dandysmo, según Baudelaire, es la última revelación del heroísmo en una época de decadencia, una puesta de sol, el último rayo radiante del orgullo humano…
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«Para mí el arte fue una realidad superior y la vida una forma de ficción«, confesaba Oscar Wilde cuando ya comenzaba a apagarse su luz en la cárcel de Reading. El dandy que alumbró su siglo y toda una generación de escritores decadentistas dejaba rastro en De profundis de sus horas más amargas, de su trágico desplome social tras el brillante ascenso. Pero, ¿dónde residía el germen que lo enfrentó a la hipocresía de la sociedad victoriana de su tiempo?, ¿dónde el encanto que aún continúa regalándonos? ¿Cuáles eran las características del dandy y del dandysmo?
En Inglaterra, el dandy (literalmente, «elegante», «refinado») asume en cierto modo el papel que en Francia desempeña el bohemio, con una notable diferencia, en cuanto a movilidad social se refiere, que ha sido apuntada por Arnold Hauser, el dandy inglés es el intelectual burgués que asciende desde su clase a otra superior, mientras que el bohemio francés es el artista que ha descendido a un nivel proletario. Con todo, la elegancia exagerada y la extravagancia del dandy significarán el «equivalente funcional» de la depravación y la disipación del bohemio. Uno y otro constituyen la encarnación de la protesta contra la rutina y la trivialidad de la vida burguesa, contra su economicismo antiéstetico, contra su conformismo ante unas leyes sociales establecidas que regulan unas vidas grises y mediocres.
Es de señalar, no obstante, que Wilde, al igual que otros autores ingleses como Whistler y Beardsley, tomó la filosofía del dandysmo de fuentes francesas. Hay que recordar aquí que, para Baudelaire, el dandy implica la unificación de todas las virtudes del gentleman que son posibles aun en una sociedad configurada por el rasero igualitario de la mediocridad burguesa. En este sentido, el dandy supone la acusación viviente contra el igualitarismo burgués: es el tipo capaz de afrontar cualquier situación sin que nada le coja por sorpresa, el que siempre dispone de recursos para no caer en la vulgarización y conservar la sonrisa fría del estoico. En suma, el dandysmo, según Baudelaire, es la última revelación del heroísmo en una época de decadencia, una puesta de sol, el último rayo radiante del orgullo humano.
Otro gran escritor francés, Jean- Paul Sartre, hace ver que la elegancia en el vestir, el melindre en las maneras y el rigor mental son solo la disciplina externa que los miembros de esta alta orden se imponen a sí mismos en el mundo vulgar presente; y que lo que interesa, realmente, es la íntima superioridad e independencia, la carencia práctica de objetivos y el desinterés por la vida y la acción. Cuando Oscar Wilde coloca en la obra de arte que pretende hacer de su vida, el arte que configuran sus conversaciones, sus relaciones sociales y sus costumbres, por encima de sus obras literarias, está pensando en el dandy de Baudelaire, en el ideal de una existencia absolutamente inútil, sin objetivo ni motivo.
Con todo, esta decadencia inglesa que Wilde encarnó, esta mezcla extraña de diletantismo y de esteticismo, supone un tomarse el arte con una seriedad inédita en toda la historia, si exceptuamos tal vez a algunos autores clásicos griegos y romanos. Y es que, con toda certeza, nunca, como en Wilde, el artista se había tomado tanta molestia en escribir hábilmente versos cincelados, frases perfectamente articuladas, una prosa intachable. «Nunca la «belleza» -escribe Hauser-, el elemento decorativo, lo elegante, lo exquisito, lo precioso, desempeñaron un papel tan grande en el arte; nunca se practicó éste con tanto preciosismo y tanto virtuosismo.» Buscar la belleza hasta en lo trivial o aportarla a lo mismo es la misión superior que Wilde se impone.
Carmelo S. Castro
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