Los miembros de nuestra tertulia literaria lunar nos recomiendan esta vez tres lecturas, han llenado su último encuentro con la mirada de tres escritores. Carver, Schlink y Schwob , que les han acompañado a la luna de Valencia:
«Estaba en la cama cuando oí la verja. Escuché con atención. No oí nada más. Pero oí eso. Traté de despertar a Cliff. Estaba como un leño. Así que me levanté y fui hasta la ventana. Una gran luna descansaba sobre las montañas que rodeaban la ciudad. Era una luna blanca, cubierta de cicatrices. Hasta un imbécil podría ver una cara en ella.»
Raymond Carver, fragmento de Veía hasta las cosas más minúsculas
«La puerta estaba entornada. Se quitó el delantal y se quedó sólo con una combinación verde claro. Sobre el respaldo de la silla colgaban dos medias. Cogió una y la enrolló con rápidos movimientos de las dos manos. Se puso en equilibrio sobre una piedra, apoyó sobre la rodilla la punta del pie de la otra, se echó hacia adelante, metió la punta del pie en la media enrollada, la apoyó sobre la silla, se subió la media por la pantorrilla, la rodilla y el muslo, se inclinó a un lado y sujetó la media con el liguero. Se incorporó, quitó el pie de la silla y cogió la otra media.»
Bernhard Schlink, fragmento de El lector
Es verdaderamente terrible pensar que los encantamientos de las mujeres pueden encerrar la luna en el marco de un espejo, o hundirla durante el plenilunio en un cubo de plata junto a estrellas empapadas, o freírla en una sartén como si fuera una amarilla medusa marina mientras la noche tesaliana es negra y los hombres que cambian de piel tienen libertad para equivocarse; todo esto es espantoso, pero yo tendría menos miedo a esas cosas que a encontrarme de nuevo con las embalsamadoras libias en el desierto color de sangre.
[…]
Volví a caer en un profundo sueño. Por la mañana, Ophélion estaba acostado en la cama vecina a la mía. Tenía la cara color ceniza. Le sacudí y le insté a partir. Me miró sin reconocerme. La mujer volvió a entrar y cuando la interrogué habló de un viento nocivo que había soplado sobre mi hermano.
Marcel Schwob, fragmento de Las embalsamadoras
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